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Huesos que ponen rostro a la incendiaria toma de Alicante por los romanos

El inesperado hallazgo de una treintena de fragmentos de huesos humanos quemados ayuda a poner rostro a los antiguos habitantes de la Alicante cartaginesa

efe

Lunes, 26 de enero 2015, 11:56

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El inesperado hallazgo de una treintena de fragmentos de huesos humanos quemados ayuda a poner rostro a los antiguos habitantes de la Alicante cartaginesa que, a finales del siglo III antes de Cristo, murieron a manos de las tropas romanas en la toma de la ciudad, violentamente arrasada e incendiada.

Aquel episodio bélico enmarcado dentro de la Segunda Guerra Púnica, que los arqueólogos e historiadores datan en el año 209 antes de nuestra Era, puso fin a la civilización cartaginesa en el sureste de la península Ibérica.

Al mismo tiempo que fue destruida la ciudad alicantina (yacimiento del Tossal de Manises), cayó la capital de esa civilización a este lado del Mediterráneo, Cartagena, y el resto de poblaciones que formaban parte de la retaguardia, con habitantes íberos y llegados del norte de África.

Los restos óseos descubiertos a dos metros de profundidad bajo el posterior Foro romano fueron extraídos en verano por un grupo de arqueólogos dirigido por Antonio Guilabert, Eva Tendero y Manuel Olcina, director técnico del Museo Arqueológico Provincial (MARQ), dependiente de la Diputación de Alicante.

El trabajo posterior de la antropóloga de este museo, Consuelo Roca, ha permitido verificar que son huesos humanos de uno o varios individuos de edad adulta que proceden del cráneo, costillas, fémur y otro tipo de huesos largos, un hallazgo que por lo "insólito" será objeto de publicación científica.

En declaraciones a Efe, la antropóloga ha relatado que cada hueso presenta un grado distinto de exposición al fuego, lo que se refleja en una gama de colores marrón-negro-gris-blanco (de menos a más temperatura).

Olcina ha explicado a Efe, por su parte, que en esa batalla los romanos debieron valerse de torres de asalto y rampas para lanzar ingenios incendiarios al interior de la ciudad con el fin de "sembrar el terror más absoluto".

El fuego afectó a las zonas más cercanas a la muralla mientras que en el centro de la urbe la destrucción por las llamas es menos acusada.

Los restos han sido datados a partir del estrato que ocupaban y se ha constatado que el individuo o individuos murieron posiblemente atrapados al derrumbarse su vivienda durante el asalto de la ciudad y quemados por las llamas.

Esto es así por el patrón de fractura de los restos óseos puesto que, en palabras de la antropóloga, el hueso "fresco" se rompe con el fuego mediante roturas transversales y una deformación de la pieza, lo que en algunos de los fragmentos "se ve clarísimo".

Esta víctima de las legiones romanas de Escipión vivía en la ciudad construida por los cartagineses a 400 metros del antiguo poblado íbero y a 3,5 kilómetros de la Alicante actual.

A medio camino entre la entonces metrópoli Cartagena y el estratégico cabo de la Nao, frente a Ibiza, se sitúa sobre un cerro a 38 metros de altura rodeado 600 metros de "potentes y desproporcionadas" murallas y torreones.

Sus torres contenían grandes catapultas o "ballistae" capaces de arrojar a 200 metros de distancia proyectiles de entre 4 ó 5 kilogramos de piedra volcánica extraída de las inmediaciones de Cartagena, de las que los arqueólogos han recogido 60 unidades, muchas enterradas en las laderas del cerro.

Para Olcina, la constatación del nivel de incendio y destrucción es "una auténtica novedad" desde el punto de vista científico y sirve para "iluminar" ese episodio que puso punto y final a una civilización.

También contribuye a explicar lo ocurrido en otros yacimientos cercanos, como la Serreta (entre Cocentaina, Penáguila y Alcoy) y la Escuera (junto a la desembocadura del río Segura), y "obligará" a buscar "con más detenimiento nuevos restos humanos" en posteriores prospecciones.

Tras la destrucción en el 209 a.C., el enclave permaneció deshabitado más de cien años hasta que, en un periodo de revueltas internas, los romanos decidieron aprovechar la situación geográfica elevada para erigir un acuartelamiento militar fortificado para el control del territorio.

No fue hasta el año 26 antes de Cristo cuando el emperador Augusto, entonces desplazado a Tarragona, otorgó el título de ciudad al emplazamiento con el nombre de Lucentum.

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