Borrar

La Iglesia española, discreta y comprensiva

El caso de Granada saca a la luz un problema que había sido relegado por el episcopado pese al goteo de denuncias

ANTONIO PANIAGUA

Martes, 25 de noviembre 2014, 02:15

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Hasta que el papa Francisco acometió con energía la labor de desterrar la pederastia en el clero, los obispos, incluidos los españoles, se mostraron comprensivos con los curas enviados a la cárcel por abusos a menores. Para Bernardo Álvarez, que ejercía de obispo de Tenerife en 2007, los acusadores eran en realidad los principales culpables. «Puede haber menores que sí lo consientan, y de hecho los hay. Hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso, si te descuidas, te provocan».

Hace diez años, por ejemplo, la grey consideraba inocentes a Luis José Beltrán Calvo, de la diócesis de Jaén, y a Edelmiro Rial, adscrito a la de Tui-Vigo, pese a las pruebas en contra que acumularon contra ellos los tribunales de justicia.

El que fuera párroco de Baredo, Edelmiro Rial, fue condenado a 15 años por la Audiencia Provincial de Pontevedra por 12 delitos sexuales. En 2008 le concedieron el tercer grado, para lo cual alegó que había encontrado trabajo en una empresa de telefonía, versión que fue puesta en duda.

Durante bastantes años los clérigos se libraban del escándalo porque no era habitual investigar las agresiones. Es lo que le ocurrió a José Ángel Arregui Eraña, miembro de la congregación de los Clérigos de San Viator, quien fue detenido en Chile por posesión de pornografía infantil. Con el pretexto de que realizaba una tesis sobre el cuerpo adolescente, el implicado pudo hacer acopio de imágenes en los tres colegios en que trabajó en España.

A Francisco Javier Liante Sánchez, párroco de Mota del Cuervo y profesor de religión en un instituto, la justicia le condenó a cuatro años por abusar entre 1978 y 1992 de cinco hermanos. El cura sometió a los chicos a coitos anales, masturbaciones y felaciones. Uno de ellos soportó tal grado de culpa que intentó suicidarse dos veces a base de fármacos. La condena fue leve porque muchos de los hechos habían escrito.

El sacerdote José Martín de la Peña, condenado a diez años por abusar sexualmente de una niña, creía ser víctima de una conjura masónica. Su autoestima alcanzaba tan buen concepto que no le extrañaba el éxito que cosechaba entre las mujeres. «A mí me han besado mucho», dijo una vez a la prensa.

Los culpables suelen presentarse como víctimas de la imaginación calenturienta de niños sin capacidad de discernimiento. En otras ocasiones, aluden a oscuras maquinaciones para justificar su estancia en prisión. Hasta hace pocos, años eran mantenidos en sus puestos por la Iglesia pese a las acusaciones.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios