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La verdadera revolución de Francisco

El sínodo sobre la familia, que ha metido en la agenda de la Iglesia la apertura a divorciados y gais, abre una batalla interna decisiva

ÍÑIGO DOMÍNGUEZ CORRESPONSAL

Domingo, 26 de octubre 2014, 00:44

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La misa final del sínodo sobre la familia ofreció el domingo una escena que da la idea de cómo está el patio. El prefecto de Doctrina de la Fe, el alemán Gerhard Ludwig Müller, máxima autoridad de la ortodoxia católica, se largó sin saludar al Papa, y lo mismo hizo el cardenal Raymond Leo Burke, prefecto del 'tribunal supremo' vaticano, que va diciendo que Francisco le va a echar por sus ideas y le destierra a Malta. Luego Müller desmintió el desaire, y explicó que ya le había saludado antes. Aún creyéndole, lo curioso es que el incidente es verosímil, algo impensable hasta hace nada, hasta antes del sínodo.

Se habla de la revolución de Francisco desde el primer día, por los zapatos y cosas así, pero la real empezó en su primera rueda de prensa, en el avión que volvía de Brasil en julio de 2013. El símbolo, aquel titular histórico: «Si alguien es gay ¿quién soy yo para juzgarlo?». Luego, en noviembre, publicó su primer documento oficial de calado, la exhortación apostólica 'Evangelii Gaudium', donde advertía de que, a fin de cuentas, «los preceptos dados por Cristo son poquísimos». Y apuntaba su auténtica revolución: «La Iglesia puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas muy arraigadas en la historia que hoy ya no son interpretadas de la misma manera. No tengamos miedo de revisarlas». Este es el núcleo subversivo de las ideas de Bergoglio, que sólo se ha marcado una línea roja ante el aborto y el sacerdocio femenino.

Esa revisión ha arrancado este mes, el trance más decisivo hasta la fecha del pontificado, con el sínodo extraordinario sobre la familia, del 4 al 19 de octubre. Francisco ha salido vencedor de un pulso muy duro, pero que aún no ha terminado. Durará un año, hasta otro sínodo definitivo en el que será la batalla final. Los sínodos son congresos periódicos de obispos de todo el mundo, un intento democrático impulsado por las reformas del Concilio Vaticano II en los sesenta, que hasta ahora no han servido para mucho. Pero el último ha estado marcado por tres rasgos nuevos: la libertad de opinión, la transparencia de esas opiniones y el consiguiente reflejo, sin censuras, de una fuerte división interna en la Iglesia.

Ha quedado patente, con números, que existe una mayoría favorable a aperturas en cuestiones como el trato a los divorciados, las diversas formas de familia ajenas al matrimonio católico y las parejas homosexuales. Asomó en el sorprendente borrador del texto final, luego modificado.El Papa, oficialmente, está por encima de las discusiones, pero en realidad está pilotando el debate hacia los cambios. El bando tradicionalista, que se siente bajo ataque, está plantando cara. A cualquier precio, como revela la visita de algunos prelados conservadores a Ratzinger para intentar ponerlo contra el Papa. El pontífice emérito les mandó por donde habían venido, pero este es el clima.

El debate, en esencia, es de 'misericordia' contra 'doctrina', entendida por sus defensores como verdad inmutable. «No se puede dar la impresión de que durante dos mil años en la Iglesia no ha habido misericordia y que aparece ahora. Tiene sentido si va pareja a la verdad», dice indignado el líder de los obispos polacos Stanislaw Gadecki. «Es un error escuchar más a la gente que la verdad de la fe, no se puede poner todo en discusión», advierte el cardenal Velasio De Paolis. «La verdad del Evangelio no puede mutar a nuestro placer», repite el cardenal Brandmüller.

Las hostilidades se abrieron en febrero, cuando el cardenal alemán Walter Kasper, histórico exponente progresista y apreciado por el Papa, fue el encargado de abrir un consistorio que perfiló el debate. Propuso permitir la comunión a los divorciados casados por segunda vez, una reforma que, pese a parecer tímida, abre un grieta de efectos imprevisibles en el andamio doctrinal. Se dibujaron los bandos y la discusión tuvo un salto cualitativo cuando Müller, Burke y otros tres cardenales publicaron un libro contra toda apertura. Fue la primera operación de disenso abierto y oficial contra el Papa, un gesto que hubiera sido insólito contra Juan Pablo II o Benedicto XVI. Aún más viniendo del guardián de la doctrina oficial, supuesta mano derecha del Papa, como Ratzinger lo era de Wojtyla. Pero es que Müller fue nombrado por Benedicto XVI y heredado por Bergoglio. Aquí se abre otra cuestión: el Papa debería sustituir a parte de la Curia que trabaja contra él, como le pasó a Juan XXIII ante las reformas del Concilio, última gran operación de adaptación a los tiempos de la Iglesia. Francisco está intentando otra, y no es de extrañar que se haya hablado de un 'miniconcilio'.

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