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Esto también es la guerra

Un libro recopila las historias más soprendentes de las dos grandes contiendas mundiales

PILAR MANZANARES

Domingo, 1 de junio 2014, 01:45

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Loros en la Torre Eiffel para alertar de ataques aéreos, taxis que llevaban a los soldados desde París al frente en la batalla del Marne o enormes martillos dispuestos en lanchas para luchar contra los primeros submarinos, destrozando sus periscopios cuando salían a la superficie, son algunas de las ocurrentes ideas que los combatientes en las dos guerras mundiales pusieron en marcha para ganar, o mejor dicho para sobrevivir en un tiempo en el que el ingenio era uno de los mejores aliados. Ahora, y a punto de cumplirse 100 años del comienzo de la I Guerra Mundial, el 28 de julio, Javier Sanz y Guillermo Clemares repasan en '¡Fuego a discreción!' (Oberon)pequeñas historias poco corrientes que asombrarán a los lectores más curiosos.'

Obligar a los alemanes a dejar de comer salchichas, distribuir helado por el Pacífico Sur o portar muñecas hinchables en las mochilas pueden parecernos extravagancias que no parecen responder a nada relativo a un conflicto bélico, pero no es así. De hecho, que en 1915 se prohibiese a las fábricas producir salchichas y embutidos tenía que ver con un arma de guerra, el dirigible. El motivo es que las bolsas de gas que sostenían en el aire estos artefactos estaban hechas con intestinos de vaca -se estima que eran necesarios 250.000 animales para construir las de un solo zepelín-. Con tal gasto de tripas de vaca no era cuestión de atender al gusto de los consumidores.

Más extraño puede sonarnos que Estados Unidos creara en 1945 el 'Ice Cream Barge', la primera heladería ambulante y flotante del mundo destinada a fabricar 300 litros de helado a la hora para distribuirlo por todas sus bases del Pacífico Sur. ¿No podían los americanos vivir sin tan rico postre? Pues en parte no, porque los soldados allí destinados no solo se enfrentaban a los japoneses, sino al calor y a una baja moral causada en parte por la fatiga, y el helado era el remedio que los médicos de entonces prescribían como reconstituyente.

Muñecas y sujetadores

Tampoco las muñecas hinchables respondían solo, que también, a calmar otro tipo de apetito. Y aunque la única fuente que documenta esta anécdota es el libro 'Mussolini's Barber', de Graeme Donald, se cree que los soldados alemanes se vieron obligados a portarlas en sus mochilas por decisión de Hitler y evitar así que las tropas se vieran diezmadas por enfermedades sexuales. No fue precisamente esta una idea triunfal, ya que dos años más tarde se abandonó esta práctica porque los soldados se negaban a llevarlas por la vergüenza que sufrirían si eran capturados.

«We can do it». Las estadounidenses también podían hacerlo. Un grito de independencia de muchas mujeres que, ante la escasez de hombres en la construcción, los astilleros o las acerías al entrar su país en combate durante la II Guerra Mundial, pudieron acceder a trabajos que hasta entonces solo estaban ocupados por ellos. Toda una liberación femenina que se tradujo en una innovación, el 'saf-t-bra', un sujetador de plástico rígido diseñado por Willson Goggles que protegía el pecho de las trabajadoras. No fue la única medida. En los años 40 entre el público femenino se llevaba el peinado 'peek-a-boo' que popularizó Veronica Lake, pero aquella melena larga que además cubría un ojo no era nada práctica e incluso llegó a ocasionar accidentes laborales por culpa de la visión parcial o de quedar el cabello enganchado en las máquinas, entre otros percances.

En otro ámbito, concretamente en el frente, también pudieron avanzar estas mujeres. Ellas, a diferencia de otras como María Bochkareva y su batallón de rusas durante la I Guerra Mundial, no habían podido participar activamente en la contienda hasta ese momento. Pero lo lograron y hacia finales de la II Gran Guerra eran más de 150.000 las que sirvieron en el ejército estadounidense sin ser enfermeras: las Women's Army Corps. Sin embargo, no fue ninguna de ellas la declarada por el presidente Roosevelt como la primera que murió en el cumplimiento del deber. Tan dudoso honor recayó en la actriz Carole Lombard, esposa de Clark Gable, que falleció cuando regresaba de un acto de apoyo para vender bonos con los que financiar la contienda al estrellarse el avión en el que viajaba.

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