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Los cuatro primeros rotarios, el ingeniero Gustavus Loerh, el negociante de carbón Silvester Schiele, el sastre Hiram Shorey y el abogado y fundador del club, Paul Harris.
La internacional rotaria
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La internacional rotaria

No les gusta que les presenten como un 'lobby' de ricos y apellidos ilustres. El Rotary, con 1,3 millones de prestigiosos socios, es el mayor club del mundo

borja olaizola

Viernes, 21 de marzo 2014, 08:40

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Un grupo de presión para defender ocultos intereses, una secta con reminiscencias masónicas, una vía para hacer negocios, una oenegé camuflada En España, siempre tan suspicaces, los rotarios han despertado desconfianza desde su implantación a principios del pasado siglo. Eso de promover la tolerancia y la comprensión procurando el bien de la comunidad sonaba bastante raro, sobre todo teniendo en cuenta que se trataba de gente con una posición acomodada. ¿Desde cuándo los que están en la punta de la pirámide se preocupan del resto?

Franco no se lo pensó dos veces y decretó en 1936 su prohibición con la complicidad de la Iglesia, que temió desde el principio la pujanza de la organización e incluso llegó a contemplarla como un posible rival dada su capacidad de convocatoria. España se sumaba así al veto de todos los regímenes totalitarios de la época, de la Alemania de Hitler a la URSS de Stalin, que veían en los rotarios a potenciales enemigos, a pesar de que siempre se han cuidado mucho de expresar su apoyo o rechazo a cualquier opción política.

Sea por el forzoso paréntesis del franquismo o por nuestra propensión al individualismo, los rotarios tienen en España menos fuerza que en los países de nuestro entorno. Los 190 clubes repartidos en nuestro país suman 4.500 socios, una cifra que está muy por debajo de los 80.000 de Alemania, los 40.000 de Italia, los 30.000 de Francia o los 25.000 de Portugal. «Los rotarios españoles tuvieron que partir prácticamente de cero tras la desaparición de Franco y eso sin duda es una de las razones que explican que tengan menos fuerza que en otros países de Europa», explica Eduardo San Martín, un exdirectivo de banca que el próximo año se incorporará a la Junta Directiva del Rotary Club.

Los rotarios surgieron en 1905 en Chicago como una de esas organizaciones con fines filantrópicos que tanto arraigo tienen en la cultura estadounidense. El movimiento agrupaba a profesionales de diferentes campos -abogados, profesores, médicos, banqueros...- que destacaban en cada comunidad con un doble fin: promover acciones en beneficio de la colectividad y favorecer los contactos entre ellos. Al fin y al cabo, los negocios no tenían por qué estar reñidos con la amistad. La fórmula tuvo un sorprendente éxito y se extendió en pocos años como una mancha de aceite por todo el planeta. A día de hoy el Rotary conforma una tupida red que suma 1,3 millones de socios agrupados en 33.275 clubes y repartidos entre 200 países. Es el club privado con más socios del mundo.

¿Pero qué es en realidad el Rotary? Sobre el papel no hay mucho misterio: profesionales de prestigio que se reúnen una vez por semana en el club de su localidad -generalmente lo hacen en un hotel- con el fin de intercambiar impresiones y perfilar proyectos de ayuda humanitaria. Que los rotarios sean en su mayoría personas de reconocida solvencia en sus trabajos alimenta la hipótesis de que se trata de una fórmula de promoción para el éxito profesional o una vía para prosperar en los negocios. José Félix Merladet, que ha trabajado de diplomático para la Unión Europea durante dos décadas y ahora es el presidente del Club Rotario de Bilbao, cree que hay de todo: «Unos entran pensando sobre todo en los contactos profesionales, otros lo hacen guiados por un espíritu de solidaridad y ayuda a los demás, y hay también quienes piensan en conocer a gente y relacionarse con personas de otras culturas».

La americana desaparecida

Lo que caracteriza sobre todo a los rotarios es su carácter global. Su presencia en todos los rincones del mapamundi hace de ellos una auténtica organización sin fronteras, una internacional de la solidaridad con la que solo podrían rivalizar contadas organizaciones religiosas. Los rotarios acuden con frecuencia a clubes de otras ciudades cuando están en el extranjero y recurren a colegas de otros países para solventar asuntos de trabajo o personales. Si un socio francés, por ejemplo, necesita un abogado para un pleito mercantil en Japón, se pone en contacto con un club de aquel país para que le recomiende un profesional de su confianza, normalmente otro rotario.

Eduardo San Martín lo ilustra con una anécdota: «Hace poco nos avisaron de que un compañero estadounidense había perdido la pista de su hija, que estaba de viaje en España; dimos la voz de alarma en todos los clubes y a los días la chica estaba localizada en un hospital de Alcalá de Henares con una pérdida de memoria». Acoger con los brazos abiertos a los compañeros de otros países es una de las reglas de oro de la organización. «Es muy útil porque no solo te da referencias cuando estás en el exterior, sino que además te permite introducirte en otras culturas de la mano de los que viven allí, algo que suele ser casi imposible si no tienes ese vínculo», explica Merladet.

Otro de los signos de identidad rotarios es que los cargos -cada club tiene un presidente- solo se puden ocupar durante un año. La condición de socio no se adquiere por propia voluntad, sino por invitación de los componentes del club. El aspirante acude durante un tiempo a las reuniones semanales y al cabo de un tiempo puede o no ser propuesto como rotario. Si es aceptado, ingresa en el club con una sencilla ceremonia alejada de los complejos rituales masónicos. A los rotarios se les confunde con frecuencia con los masones, quizás porque Franco los metió en el mismo saco cuando prohibió ambas organizaciones. Aunque coinciden en muchos de sus fines, el Rotary Club se declara cien por cien apolítico y guarda además buenas relaciones con la Iglesia, algo que en la masonería no suele ser muy frecuente.

La recomposición de las relaciones con las autoridades religiosas, durante un tiempo muy deterioradas, ha abierto vías de colaboración en proyectos de ayuda -los clubes españoles apoyan con frecuencia a Cáritas- y también ha hecho posible que personajes como el ahora Papa Francisco hayan sido designados rotarios de honor. La lista de rotarios ilustres llenaría varias páginas, así que mencionaremos algunos pocos: John F. Kennedy, Winston Churchill, Luciano Pavarotti, Edmund Hillary, Thomas Mann, Hans Küng, Walt Disney o la cantante Beyoncé. En España están José María Íñigo, José Mercé, Joan Gaspart, Alberto Fabra, Enrique García Candelas (director general del Banco Santander) y el bodeguero Pedro López de Heredia.

Los rotarios financian con sus aportaciones -cada socio pone de su bolsillo unos 140 euros anuales- más de 50.000 proyectos humanitarios, pero su obra cumbre, la que daría sentido por sí sola a su existencia, es la campaña contra la polio. Cuando el proyecto se puso en marcha en 1985, la enfermedad afectaba a unos 100.000 niños al mes; ahora se contabilizan 33 casos mensuales. El éxito de la iniciativa ha sido en parte posible gracias a aportaciones extraordinarias de filántropos como Bill y Melinda Gates o Carlos Slim, que ha apostado millones de euros en el programa.

Pese a no tener tanta fuerza como en otros países, los rotarios españoles han dado un buen impulso a la organización. La asamblea que celebrarán este fin de semana en Bilbao los del distrito 2.202, que agrupa a las comunidades al norte del Ebro, marcará la línea a seguir. La rueda rotaria, símbolo del club, nunca para de dar vueltas. Y lo hace además sin meter mucho ruido.

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