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V. LLADRÓ
Sábado, 30 de mayo 2015, 00:13
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La Asamblea General de la ONU, en su resolución 39 del 9 de febrero de 1946, recomendó que los miembros de este organismo actuaran de acuerdo con el espíritu y la letra de las declaraciones de San Francisco y Postdam en cuanto a la admisión de nuevos países, que deberían cumplir los principios democráticos. Esto representaba condenar el régimen de Franco y rechazar la entrada de España, aunque se daban «seguridades al pueblo español de simpatía constante y de que le espera una acogida cordial cuando las circunstancias permitan admitirlo».
La ONU daba tiempo, a ver si cambiaban las cosas, pero, entre mayo y junio del mismo año, el Consejo de Seguridad determinó que «el régimen de Franco es de carácter fascista, establecido en gran parte gracias a la ayuda recibida de la Alemania nazi de Hitler y de la Italia fascista de Mussolini», y le acusó además de haber colaborado con ellos en la guerra contra los aliados.
La respuesta de Franco fue el aislamiento. El 28 de febrero cerró fronteras y el 9 de diciembre convocó en la plaza de Oriente una gran manifestación de apoyo y contra el aislamiento internacional. El día 13, la ONU ratificó la condena y retiró embajadores.
La situación no empezó a suavizarse hasta 1950, y en 1955 fue admitida España en la ONU. Había variado mucho el panorama internacional, estábamos en plena guerra fría, los enemigos de Occidente eran ahora los soviéticos y EE UU necesitaba bases militares en España.
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